Conseguir empleo en el mejor periódico de la ciudad, es un sueño que a no todo periodista se le hace realidad. No es este el caso de Angélica Darragueira, quien está siendo entrevistada para su primer trabajo importante por el diario “La Legión”, número uno de esta moderna metrópolis. Con un currículum interesante y buena presencia, esa misma semana es aceptada.
Angélica comparte con una amiga un modesto departamento en el lado oeste de la ciudad, sabe que debe ahorrar para poder independizarse.
Tiene 32 años, es pelirroja con rulos al viento, delgada y coqueta.
A los dos años fue adoptada por un matrimonio de clase media, Marta y Manuel Darragueira.
Fue educada con cierta libertad y enseñada a vivir con la dignidad necesaria para dejar huella en todos los que la conocen. Cuentan sus amigos que la profesión que eligió es la que mejor le queda.
Vivió su niñez y adolescencia en un pequeño pueblo, insignificante en el mapa pero incomparable por la grandeza de sus vecinos. De hecho su adopción se llevó a cabo por intermedio de un convento antiquísimo del lugar, donde las monjas la habrían recibido con días de nacida.
El Sr. Darragueira era en aquel momento el encargado de dar mantenimiento a las instalaciones y cuidar del jardín. Una de esas mañanas fue llamado muy temprano para realizar tareas de emergencia. Pero al asomarse al patio, vió a la Madre Superiora y a una bebé aprendiendo a caminar en medio de los jazmines recién plantados. Sin imaginarse que esos jazmines adornarían con color y perfume los primeros pasos de Angélica, la pequeña que con rulos despeinados y ojos de asombro, lograría en corto tiempo conquistar los corazones solitarios de los Darragueira.
El tiempo transcurrió rápidamente. Después de sus primeros tres grandes coberturas, obtiene un dinero extra. Renta su primer departamento y de a poco lo va amueblando. Angélica conoce bien el placer de vivir en una casa donde el olor a flores frescas sobresale de los otros aromas, por eso, nunca faltan los jazmines en el pequeño jarrón de cristal, regalo de su madre.
El 21 de setiembre de ese mismo año. Primavera y domingo, al levantarse y mirar el día por la ventana de su cuarto, le llamó la atención ver a dos muchachas en la vereda de enfrente trabajando en la inauguración de una pequeña florería. Decidió vestirse rápidamente y ser la primera cliente.
Al entrar al local sobre el pequeño mostrador, observa una copa con jazmines y de espaldas una de las muchachas dando los últimos toques a la estantería. Al darse vuelta nota que se sorprende de una manera poco usual, muy extraño para Angélica que inmediatamente le pregunta si la conoce de algún lado. La joven le responde, que el parecido con su compañera era increíble, le pide que no se vaya hasta que ella regrese y comprobar ella misma el parecido.
Llega Mariné y sus ojos se tropiezan con los de Angélica, quedando ambas presas de una situación de asombro tan particular que no volverán a repetir en sus vidas.
Como buena periodista, Angélica trata de usar su experiencia pero muerta de curiosidad arremete con su lado espontáneo invitando a Mariné a tomar un café en el bar de al lado.
Así comienzan a fluir detalles y episodios de dos pasados que simplemente ruedan sobre el mantel de cuadritos rojos y blancos que cubre la mesa del viejo café pegada a la ventana. El sol brilla, iluminando los rostros idénticos con la calidez necesaria para ese momento.
_Bien, Mariné déjame decirte que nuestras caras y contextura física no son algo similares. Son exactamente iguales y debemos investigarlo! _comienza diciendo Angélica, y continúa relatando su adopción desde el Convento de las monjitas de su pueblo natal, tal cual como se lo contaron sus padres.
Mariné comienza su relato y ante la sorpresa de Angélica, cuenta que ella también es adoptada aunque el camino recorrido fue muy diferente.
Su vida fue acompañada por dolor y soledad. Cuenta que sus padres de nombres Martina y Marcos Gorostiaga, murieron en un accidente de avión, cuando ella tenía seis años. Fue criada por su abuela materna quien había venido de España luego del accidente para hacerse cargo de su nieta.
Ella le contó una tarde que Martina y Marcos no eran sus padres biológicos, pero también le dijo que no sabía como y donde había sido realizada la adopción las dos vivieron en la gran ciudad hasta el día que su abuela murió cuando Mariné cumplía veinte años.
Angélica sugiere volver al convento de su pueblo, intuye que allí está la respuesta. Ambas vuelven a la florería y después de contarle a Marcela lo charlado en el café, parten para Brandsen en la camioneta de Mariné en busca del comienzo de una historia.
Por ser domingo la ruta casi vacía acompaña la ansiedad de las dos muchachas, que a cada rato se miran comparándose hasta las pecas que tienen en las manos, las orejas pequeñas, el pelo rizado del mismo color rubio rojizo.
Después de dos horas y con Arjona sonando todo el viaje, llegan al pueblo y aunque los padres de Angélica viven allí, van directo al convento. Tocan y una joven les abre la puerta. Preguntan por Sor Emilia, la Madre Superiora de esa época, son entonces invitadas a pasar.
En el hall de entrada, sobre una mesa, hay un vasija de barro saturada de jazmines recién cortados, algo bastante familiar para ellas; se enteran que por sus años, la monja ya está retirada y descansa en su habitación la mayor parte del día. Igualmente alguien le avisa sobre la visita de las jóvenes.
Al cabo de un rato Angélica y Mariné logran subir al cuarto de la anciana quien al verlas juntas se acerca tambaleando, les toma las manos y con vos pausada les dice,_ Sabía que El Señor me haría este regalo antes de partir, la pena fue muy grande, cuando fueron separadas_,
Las muchachas se enteran entonces de cómo ocurrieron los hechos. La monja les cuenta que un juez se equivocó al interpretar la ley y que a pesar de sus ruegos, la orden de un juzgado no le dejó alternativa. María Inés fue entregada una semana después de nacida. Angélica en cambio, se quedó con ella hasta que los Darragueira la adoptaron. También les cuenta que la madre, se llamaba Carmela y que había muerto al dar a luz y que por Ordenanza Municipal, las gemelas fueron puestas al cuidado de las monjas del pueblo.
Antes de partir, Angélica enseña a Mariné el jardín que su padre todavía cuida y donde la vio por primera vez. Curiosamente también ocurrió un domingo y olía a jazmines.
Susana Scorpiniti